En el año 2000, en pleno auge del aznarato, hubo en Aragón un fuerte ciclo de movilizaciones, debido al proyecto de trasvase del Ebro promovido por el gobierno de Aznar, con el ministro de medio ambiente, Arias Cañete, a la cabeza. Todos recordamos aquellas palabras del ministro cuando dijo que el trasvase se haría por sus huevos.
En Aragón fue una época de fuerte concienciación política en clave nacional aragonesa y una oportunidad perdida para asentar bases socialmente organizadas. Este ciclo de principios de siglo terminó por ser un espejismo de capacidad organizativa y de movilización.
Entonces, con 17 años, teníamos un instinto muy primario de justicia, de lucha social, y todavía no nos habíamos acercado a la teorización de la lucha de clases como desarrollo humano. Veíamos la injusticia estructural, pero no nos preguntábamos por sus causas. Estábamos, en una comparación con la evolución del pensamiento político en la Edad Contemporánea, en la época del socialismo utópico, en nuestra adolescencia personal y política.
En este contexto y en base a algunas circunstancias que entonces se dieron, la Chunta nos dio voz, y la juventud rural veíamos en este partido una especie de partido revolucionario cuyo objetivo era defender a Aragón, a sus pueblos, de los ataques de Madrid. Por entonces la contradicción principal que así entendíamos desde la juventud rural, era en clave nacional, y no en clave de clase.
Fue una etapa bonita donde, en lo político podíamos ser a la vez anarquistas, comunistas o aragonesistas, y donde no asumíamos, por desconocimiento y falta de teorización, tesis feministas, internacionalistas, o incluso, como he comentado, de clase.
En lo musical, nuestro eclecticismo no era menor. Nos gustaba el metal, en todas sus variantes, especialmente el power metal, que se encontraba en su mejor momento. Y además, quisimos, sin saber hacerlo claro, imitar a aquellas bandas fundando nuestro primer grupo de música. Sin embargo también nos gustaban otros grupos bien alejados del metal y que fueron una importante escuela de cuestionamiento crítico, como Ska-P, Ixo Rai, Barricada o Reincidentes.
Política y música comenzaron a estar relacionadas. Empezábamos a adquirir una estética determinada, que marcaba nuestra identidad, y comprábamos por correo las camisetas que luego luciríamos para decir con orgullo, mira, soy heavy, de izquierdas y me da asco tu mundo XD.
En el pueblo, la música marcaba identidades políticas, y así como los heavis y los punkis debíamos ser de izquierdas, a quienes les gustaba la música techno y se meneaba en aquellos ambientes, tenía que ser de derechas, español y fachilla. Así era y en el pueblo no se cuestionaba.
Aquel año 2000 fue también mi salida del pueblo a Zaragoza. Aquello me abrió un nuevo mundo lleno de estímulos hasta entonces desconocidos. Tiendas de libros y de discos donde me podía perder, organizaciones políticas juveniles donde podía militar, manifestaciones y conciertos a los que podía asistir…
Junto a otros amigos, decidimos poner en marcha el fanzine Cámara Roja, cuyo nombre hacia referencia al local de la Cámara Agraria del pueblo, que los jóvenes teníamos como local de reunión, y el entonces alcalde popular decidió desalojarnos por diferencias políticas. Nosotros éramos adolescentes de 17 años, y él un adulto de 50. Pero en fin, así es el pueblo.


En mi casa recibía el catálogo Papel de WC, donde vendían fanzines, además de haber conocido el fanzine del programa de Radio Topo, El Acratador. Ello me inspiró para hacer un fanzine propio, un fanzine local en el que contar lo que nos pasaba, y donde poder expresar nuestras inquietudes políticas. Entre el 2000 y el 2003 editamos cuatro números, donde además de los artículos socio políticos, escribíamos de música.
En el número 1, del año 2000, publicamos una entrevista a Pa Ke´Afinar, que era un grupo bilbilitano de rock de unos amigos, y además pusimos una sección de crítica de discos. En el número 2 (2001), hicimos algún artículo musical, y publicamos tres entrevistas, a Dogma, que era un grupo de Calatayud, a Conjuro, un grupo de Zaragoza, y a Skabeche River Band, que los entrevistamos en los camerinos del pabellón de un pueblo de la zona en el que hacían un festival veraniego, el Torralrock.





Sin medios, sin conocimiento(s) sin formación y con mucha ingenuidad política, pero con una fuerza juvenil arrasadora que se alimentaba de las críticas del conservadurismo adulto, con mucha ilusión por sacar adelante algo nuestro que diera un poco de vidilla al estrecho margen de acción existente en el pueblo. Así fue y así lo hicimos. Y así seguimos, contra el pronóstico de aquel cura del pueblo, haciendo, en cierta forma, lo mismo y aún peor.

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